
Te dejo los oídos vacíos
y la nariz intacta.
Te dejo con el torso desnudo
y la boca entreabierta.
Te dejo los labios partidos
y la espalda opuesta.
Te dejo de pie;
de frente a mi fin.
DONDE LA MATERIALIZACIÓN DE LA LOCURA SE TORNA POSIBLE
Y ya no era solo el viento. El problema eran las hojas. No dejaban de caer. Eran demasiadas y no nos daban tregua, nos estaban sepultando vivos. Pero a nadie le importó mucho; hasta que comenzaron a morir. Morir por asfixia, aplastados, desaparecidos.
Ya se habían vuelto demasiadas.
Ahora, las mismas hojas servían de tumbas.
El otoño había convertido la ciudad en un cementerio. Y fue solo hoy que encontré el sentido en las palabras de mi madre. “No pises las hojas. No sabes lo que puede haber debajo”. Pero yo ya lo sabía; era una de las razones por las cuales ya no salía de casa.
Después de tantos años de buscar a Dios y notar que Su misericordia aún seguía sin manifestarse, escuché nuevamente Su nombre por entre la piel y las sábanas, en la extasiada voz de María.
Cada mañana de domingo, hemos de comenzar el ritual. Colocándome sobre el carnal altar, le alabo una y otra vez mientras los frenéticos labios de María rezan fervorosamente y claman Su nombre. Pero no hay caso. No hay señales de Él. No hay vino ni resurrección de la carne. La vida pasa y ningún solo milagro.
-¿De verdad lo crees?
Hace ya cuatro días que había empezado a llover y parecía no querer detenerse. Las calles estaban inundadas y no era recomendable salir de casa.
Desde la ventana se distinguían claramente las calles vacías, y detrás de ellas, el acaudalado estero.
A pesar de las nubes de tormenta, aún podían verse los acueductos, y dentro de ellos; una sombra moverse.
El caudal crecía rápidamente y casi podía rozar sus pequeños zapatos azules.
Parecía que el río acarreaba la noche, y en la tele hablaban de varios muertos ahogados.
Ya era tarde. Era hora de acostarse. Mañana darán el anuncio de los desahuciados de esta noche. Veremos si conocí a alguno. Quizás a uno.
El torso se hinchaba con un sentimiento hondo y vacío, llenándolo todo. La espalda se me quebraba entre los brazos de mi nuevo furtivo amante.
Se me escapaba el alma con cada nota de aquella pasión rasgada, con cada dolorida palabra de aquella voz condenada. No podía dejarla ir, habría de volver a encerrarla.
Retarla y ver la pasión ganar.
En las tablas he de dejar todo. Aniquilar los pasos errados, ganar el alma de nuevo.
Recordando tiempos de antaño ... bajo el encanto de Enrique Morente y sus Bulerías de Bécquer.
…y corrí. Corrí como nunca antes lo había hecho. Corrí para escaparme de tus pupilas. Solo di media vuelta y corrí en dirección opuesta. Corrí entre la gente. Corrí por calles desconocidas. No me detuve a mirar. Corrí con la vista al frente, con los ojos abiertos, con los ojos cerrados a ratos. Tampoco quería ver. Corrí por campos, crucé mares. Corrí por ciudades completas, por ruidos de todos los tipos. Corrí entre idiomas y modismos. Recorrí países, continentes enteros. Corrí de día, corrí de noche. Corrí y seguí corriendo. Corrí por días, años.
Corrí hasta el cansancio. Corrí hasta no escuchar nada más. Corrí hasta el silencio. Fue solo entonces cuando dejé de correr y me detuve.
Di media vuelta y tus ojos seguían allí, donde mismo. Me miraban fijamente. Tan fijo, como cuando traté de escapar.
“Escribir como remedio para el olvido”; una mañana me susurraron al oído. Y nunca más lo olvidé.
Palpando la luz con mis manos, traté de contener el recuerdo de tu espalda que se me escapaba entre los dedos. Ya había olvidado como era tocarte.
El tiempo había pasado, y debo decir que no en vano. La brisa había quedado atrás, perdida en algún rincón, mientras la noche se apoderaba del horizonte.
Frente a la ventana, vi como los rayos de sol se escabullían por entre las aristas de mi piel. Mis heridas ya habían cerrado, pero el sabor a miel de las cicatrices me tentaba con reabrirlas.
A cada hora, a cada minuto, a cada segundo, me era más difícil.
Ya no recordaba tu rostro, tus manos, tu espalda, tu voz. Todo se había vuelto ilusión. Ya no podía distinguirlas. No podía recordarte y menos aún, recordarme contigo.
A raíz de los comportamientos presentados por la colectividad, debo añadir lo siguiente:
¿Es sólo cuando llegamos a representarnos nuestra propia locura es que llegamos a conocernos realmente?
Por qué está claro que “Locura” no es un nombre genérico para un grupo de personas que presentan ciertos rasgos “anormales” en común; sino que más bien, es un concepto cambiante, que se transforma en un producto distinto dependiendo de la materialización que le dé el sujeto en cuestión.
Por lo tanto, cabría estipular que Locura es un término individual, mutable y altamente maleable. Su producto nos permitiría apreciar, al argumentar el factor “único” de cada ser humano, la derivación a miles de tipos de Locuras, en variantes de forma, grado, tipo, representación… irrepetibles en el transcurso del tiempo y en la historia de los hombres.
Pero el dilema se presenta ante la siguiente pregunta:
¿Seremos todos partes de este infinito universo que representaría
A pesar de que muchos preferirían no serlo, dejaremos en claro que lamentablemente para éstos últimos, TODOS somos parte de ella.¿Por qué?
Porque por su parte, el concepto “Normalidad” también se encuentra vacío de contenido representable. Es solo una vaga idea surgida de la contraposición a este universo infinito y creador de Locuras.
Cada uno de nosotros es un loco para alguien más. Y lo mejor de todo esto, es que no hay cura para nuestra locura personal; porque de haberla, pondríamos fin a la autenticidad, y por sobre todo, a nuestra propia individualidad.
He aquí mi propia Locura personal. Espero que otros pacientes se integren a esta Clínica; no para buscar una cura, sino que para sentirnos parte de este universo creador que siempre repite el mismo factor base común: la individualidad.