Hace ya cuatro días que había empezado a llover y parecía no querer detenerse. Las calles estaban inundadas y no era recomendable salir de casa.
Desde la ventana se distinguían claramente las calles vacías, y detrás de ellas, el acaudalado estero.
A pesar de las nubes de tormenta, aún podían verse los acueductos, y dentro de ellos; una sombra moverse.
El caudal crecía rápidamente y casi podía rozar sus pequeños zapatos azules.
Parecía que el río acarreaba la noche, y en la tele hablaban de varios muertos ahogados.
Ya era tarde. Era hora de acostarse. Mañana darán el anuncio de los desahuciados de esta noche. Veremos si conocí a alguno. Quizás a uno.